Adriana B. Anziollotti
LA NACION
«Se desaceleró el mercado. Hay que admitirlo. Las operaciones se realizan, pero con más trabajo», se lamentó hace unos días un broker inmobiliario que conoce al dedillo esta plaza.
La frase trascendió pese a mantener cierto hermetismo acerca de la posición en la que está hoy el sector de r eal estate local. Lo de siempre: nadie quiere ser emisario de noticias poco auspiciosas y de contribuir con ellas a que el mercado se detenga o, aun peor, se deprima.
Es probable que no exista una sola razón que explique este comportamiento, sino un conjunto de factores que desfavorecen esa esperada fluidez en las operaciones.
De todos modos, hay que reconocer que el ladrillo es la mejor inversión de la última década, con un crecimiento de los precios -si se calcula en los últimos tres años, incluyendo la crisis internacional-que se aproxima al 40 por ciento.
¿Por qué entonces se advierte esa caída de la actividad en las últimas semanas? Uno de los aspectos, que afecta a muchos sectores de la economía, es la incertidumbre que genera un año electoral, ahora recalentado por las fuertes turbulencias políticas que desalientan y postergan cualquier decisión hasta que el panorama se aclare.
Ni hablar de las inversiones, porque, salvo algunos empresarios locales (y con capital líquido en el bolsillo), con la falta de reglas claras en materia legal, son pocos los que se deciden a correr riesgos. Y sin inversión, no hay perspectivas futuras.
El hecho de que los precios estén por las nubes es determinante. Y cuando la demanda ya no convalida esos valores, el mercado se ameseta. Surge así la irremediable puja entre vendedor y comprador para alcanzar un acuerdo razonable en una operación inmobiliaria.
Subas indiscriminadasOtro aspecto negativo, dentro de este agitado escenario político, es la inflación, que acompañó la suba de los precios en dólares. Los activos tienen su peso y se hacen valer. Lo que ocurre -un método recurrente en la actividad inmobiliaria- es que todo sube de manera indiscriminada. Por ejemplo: un PH o una unidad en una zona poco cotizada alcanzan valores como si fuera un departamento estándar en un barrio mejor posicionado. En el fondo, sólo especulaciones que confunden y desaniman a la gente. Hay cientos de casos similares con las unidades usadas.
Algo similar ocurre con las nuevas, algunas de cuestionable calidad (que se puede constatar a la vista), cuyos precios trepan hasta el disparate. Distorsiones refutables por parte de la demanda, en un mercado donde la ausencia del crédito hipotecario es parte de esa asignatura pendiente, con un creciente déficit habitacional, que ronda hoy los 4 millones de viviendas.
Pese a tantas tribulaciones tanto para la gente como para el sector (con todos sus actores), la demanda está convencida de que aun con los ahorros justos es indiscutiblemente mejor adquirir ladrillos que quedarse con el dinero en la mano. Y más aun cuando hay rumores de devaluación para después de las elecciones.
Con relación a los precios, es difícil imaginar una baja, pero cierta flexibilidad en las contraofertas se pueden interpretar como rebajas encubiertas. O, dicho de otro modo, parece un buen momento para sincerar los valores, con tasaciones ajustadas a la realidad del mercado de hoy, con bolsillos magros y lejos del financiamiento para la vivienda.
Fuente: la nacion impresa
Deja un comentario