Cuando el comprador digita el precio del producto elegido


La bandera roja, flameando en la vereda, anuncia la actividad: remate general. Una forma de comprar sin pagar demás, aunque sea en efectivo y sin las famosas cuotas. Remates generales al alcance de todos.

De todo, como en botica, se puede conseguir en los remates.

 

 

El martillo golpea por tercera vez y decreta la venta del artículo en cuestión, después de una puja por el precio final que hizo levantar las manos una y otra vez. Ese gesto, la elevación de las manos, aumenta automáticamente la cotización del producto que se remata sin necesidad de especificar cuánto, ya que la cifra es anunciada por el martillero rematador.

«320 pesos a la una, 320 pesos a las 2, 320 pesos a las 3, vendido», dice el martillero y rematador Norberto Ise, desde el atril en el que comanda cada subasta desde hace 25 años.

El remate de cada viernes, en el salón ubicado en Rodríguez Peña al 3600, ofrece infinidad de productos de diversa índole. «Esto es la Biblia y el calefón», describe Ise e invita a recorrer los distintos pasillos atestados de sanitarios, muebles de todo tipo y color, cafeteras, tocadiscos, libros, bicicletas y más.

Algunos de esos productos salen a la venta con base, otros no. «Es la oferta y la demanda lo que marca el precio», detalla y argumenta que los productos rematados «están en buenas condiciones, aunque también se toman rezagos».

Cada lote, es decir el o los productos a rematar, lleva un número. Entonces se presenta al público -una bicicleta por ejemplo, con el número correspondiente- y el rematador explica que se trata de un producto sin base. Entonces comienza la puja. Se puede partir de los 10 pesos, o de los 100, que pueden cuadriplicarse o más de acuerdo al talento del rematador.

«¿Cuánto vale? Vamos, hay que vender señores. ¿Hay interés?», repite como mantra el rematador Daniel Humberto Raimondi, en la sesión del sábado pasado en Funes al 800.

Motivados por el rematador, los compradores suben la apuesta y no queda lote desierto. Entonces se despachan desde copas (de vino y cerveza) hasta vasos de whisky, pasando por copetineros, servilleteros y hasta manteles que salieron a remate sin base.

Oportunidades

«Yo vengo a comprar pinotea, porque no hay en otro lugar, pero hasta que llega mi turno pispeo y, como recién, me compré no sé cuantos servilleteros por 30 pesos», explica Yanina a LA CAPITAL.

Los productos, ordenados en lotes, se van rematando por turnos. Entonces quien va a buscar algo específico (pinotea, en el caso de Yanina), debe esperar la rotación.

«Es en el único lugar donde la consigo, porque no hay posibilidad de comprar en otro lado. Además se consigue a buen precio», sentencia Yanina, que utiliza la mencionada madera para su hobby, que es la carpintería. «Hice bancos nuevos para mi casa y siempre se me ocurre algo nuevo», desliza.

Indefectiblemente antes del inicio de cada subasta, el rematador explica que le corresponde de comisión el 10 por ciento del precio del producto y que todas las operaciones se realizan en efectivo y se retiran a los días de haberse comprado. Al comprar, debe dejar el 30 por ciento de seña.

Los precios son «muy variables, porque podemos partir de los 10 pesos y llegar hasta los 4 mil en alguna maquinaria», especificó Ise, quien calculó que cada remate se puede extender «entre 4 y 6 horas».

«Es una oportunidad, yo compré muchas cosas para mi casa, de valor y a muy buen precio», señala Silvia que, acompañada por su marido, sostiene que se trata «de un buen programa para un sábado a la tarde».

«Si te das maña y te gusta -continúa- podés comprar cosas de muy buena calidad a muy buen precio y después la patinás o la pintas como quieras».

Variedad

Muebles de roble, carritos para bebés, bicicletas, colchones de distinto tamaño, escaladores para ejercicio físico, equipos de música con caseteras, son algunos de los productos que fue rematando Ise. Pero Germán no se tentó con ninguno.

«La verdad -confiesa- es que es la primera vez que vengo solo, porque estuve en otros remates con mi mamá y hemos conseguido buenas cosas. Ahora como me mudé, y necesito un par de cosas, vine a ver si las consigo».

Después de sostener una puja que partió de los 100 pesos y, aumentando cada 50, llegó a los 300 finales, Felipe es el feliz propietario de una alfombra persa. «Se la voy a llevar a los perros», bromea y, más seriamente, sostiene que «acá se pueden conseguir muy buenas cosas por mejores precios».

Otros llegan a los remates en busca de aberturas, puertas y ventanas, para la construcción de su casa, como el caso de Federico, que «vine porque me dijeron que tienen muy buenas cosas, ya que muchas de las aberturas que rematan acá son de las casas demolidas. Algunas muy grandes y de muy buen material».

Los anticuarios suelen ser visitantes asiduos de los remates, ya que compran muchos de los productos que después revenden. Pero son pocos los que reconocen esa actividad y prefieren guardar silencio ante la consulta de este diario.

En la web

Con el avance de la modernidad, los rematadores cuentan con sus propias páginas web en las que no sólo anuncian los próximos remates, sino que también publican los distintos lotes y la base de los mismos.

«Es un mercado que mueve mucho dinero -asegura Felipe, el comprador de la alfombra persa- y que tiene muchas aristas, pero también es algo divertido, que te permite pasar el tiempo y comprar cosas por buen precio. Aunque a veces no lo necesites».

El rematador anuncia que el próximo lote está compuesto por un sommier, que está «en perfecto estado, es nuevo, tiene algunos detalles de fábrica pero es nuevo -recalca-. Nadie se murió en esta cama, no hay fantasmas» e invita a comenzar con la puja que rápidamente aumenta y llega a los 1.200 pesos. «Una ganga, dónde vas a comprar un sommier nuevo por ese precio», dice y golpea con su bolígrafo, como si fuese un martillo, sobre el producto recién vendido. Es el turno del próximo lote.

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