Mar del Plata o el ocio inclusivo


A pesar del origen patricio de la ciudad, la convivencia de todas las clases sociales en unos pocos kilómetros de litoral atlántico sigue siendo, aún hoy, una de las más fabulosas experiencias de democratización.

  

 MAR DEL PLATA. La ciudad balnearia, una fabulosa experiencia de democratización.

 

 

Por: norberto feal* – especial para arq

El verano en Mar del Plata es una radiografía de la sociedad argentina. Porque entre muchas otras cosas, Mar del Plata es algo raro: una ciudad de veraneo trans-clase. En enero llegan en sandalias gobernadores, trapitos, gitanos, académicos, mediáticos, vedettes, estancieros, grandes y pequeñísimos comerciantes, adolescentes ricos y jubilados pobres. Para decirlo de otro modo: Mar del Plata es inclusiva. Entre los chalets de Los Troncos y los hoteles media estrella del centro existe un extenso arco de posibilidades de alojamiento. Hasta los desclasados de la sociedad encuentran lugar gratis en las recovas del Provincial y en las rocas del Torreón. Mientras tanto, y a pocas cuadras, los balnearios de Playa Grande son tan finos que al lado Punta del Este se ve chillona y pretenciosa.

  
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En el verano de 1874 Patricio Peralta Ramos inventó Mar del Plata, y menos de un siglo después se inició un ciclo caracterizado por la llegada de los nuevos sectores medios. El patriciado argentino, que la había propiciado inspirándose en Biarritz, fue abandonando sus palacios ante el turismo sindical promovido por el peronismo, y también a causa del ocaso de sus grandes fortunas arruinadas por los cambios económicos y las divisiones testamentarias.

  
La demolición creó inesperados vacíos en el centro mismo de la ciudad, que rápidamente se fueron llenando con un producto nuevo y exitoso: el departamento mínimo para el veraneo. Sobre la avenida Colón y en los alrededores del Casino y del Hotel Provincial se construyeron, en poco más de una década, cientos de edificios que explotaron las posibilidades del “existenzminimun”. No para solucionar los déficits de vivienda como lo habían pensado los europeos en la Posguerra, sino para el goce y el disfrute de la nueva clase media argentina; y para la expansión y el enriquecimiento de los sectores inmobiliarios y de la construcción marplatenses.

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Pero antes de la caída de los palacios patricios y de la erección de las torres del existenzminimun estival, otra cosa sucedió en Mar del Plata. La vieja clase media, que se venía construyendo a sí misma desde los tiempos de Yrigoyen, llegó a la playa. Con esfuerzo y optimismo habían conseguido emerger en la vida nacional, elaborando economías sensatas, ahorrando en propiedades y enviando a sus hijos a la universidad. Hacia los ‘40 estaban maduros para inventar su estética, y Mar del Plata dio cuenta de ello. Cultos, modernos, refinados y seguros de sí mismos y de su rol en la vida nacional, eligieron los barrios del Sur para construir sus casas. Para esa época la zona estaba prácticamente despoblada, era accesible, tenía un enorme potencial paisajístico; y la cercanía con el mítico bungalow de Victoria Ocampo le daba un halo interesante. De alguna manera, los balnearios de Playa Grande dan la pauta de la estilística que estaba emergiendo. Mientras que la Rambla de Bustillo en la Bristol resuelve con un fabuloso estilo histórico modernizado la escenografía para una ciudad monumental, la silenciosa colección de edificios blancos, casi escondidos al borde de la barranca, da cuenta del nuevo estilo: una secreta elegancia sobre la arena. Si la Rambla Bustillo fue el escenario perfecto para la exhibición del costoso ajuar del verano, Playa Grande fue el de la exhibición de los cuerpos perfeccionados por un mar salvaje y oscurecidos por el sol radiante de Mar del Plata; la terraza ideal para la charla ociosa.

Con respecto a la vivienda, el chalet “Los Troncos” –que dio nombre al barrio donde todos querían vivir– mostró acabadamente que era en este nuevo orden una “casa para el verano”. Hacia los ´40, muchos arquitectos argentinos, y también muchos comitentes, perdieron interés por la arquitectura radical europea, que ya estaba mostrando cierto agotamiento, y orientaron sus preferencias a la producción norteamericana. La log cabin y el pintoresquismo de Newport y los Hamptons, derivados de la tradición de Nueva Inglaterra, y modernizados con la influencia de Frank Lloyd Wright, sirvieron de inspiración a la conformación de un código estilístico que se plegó perfectamente a los anhelos y necesidades de quienes por esa época estaban construyendo Playa Grande. Y así se inventó una tipología: el chalet marplatense. Los chalets fueron proyectados con plantas modernizadas derivadas de una precisa interpretación del programa, y una formalidad anclada en la organización pintoresquista de los volúmenes y la exhibición de los materiales, particularmente la piedra, pero también el ladrillo y la madera hachuelada, o incluso en troncos sin desbastar, que conformaron una atmósfera bien equilibrada entre la rusticidad del paisaje marítimo y la elegancia culta del veraneante moderno.

Los ´60 llevaron el Pop, la psicodelia y el Modern Design con las venecitas de colores y las formas ondulantes del moderno tropical que diez antes había aparecido en Miami. J.J. Sebreli escribió “Mar del Plata, el ocio represivo”; y después, los ‘80, la posmodernidad, las crisis, las políticas cambiarias y las modas cambiaron, y siguen cambiando, las mareas del verano marplatense. Sin embargo, la convivencia forzada de todos, en unos pocos kilómetros de litoral atlántico, sigue siendo una de las más fabulosas experiencias de la democratización del ocio.

* Arquitecto y crítico

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